Sociología

Gatos, farolas, pinturas y fantoches

tejado

Aún quedan calles con tanta fuerza que son capaces de absorver a todo aquel que las recorre. Como en un agujero negro, el tiempo y el espacio dejan de tener sentido en ellas. Cuando las cubre la noche, se convierten en cuadros, reflejos del interior de algún pintor revelándose a su realidad. Todo lo que ocurre en estas calles se hace pequeño, los sucesos sólo son más sombras en el decorado. El suelo está empedrado y aún  se mantienen las farolas que sobresalen de los edificios. Su luz es la única protagonista de la imagen, un amarillo anaranjado que embelesa al resto, a todo lo que en ese momento es oscuridad.

Estas calles pertenecen a la ciudad de las oportunidades, es Madrid. Estas calles son diferentes a lo que muchos esperan al llegar y también diferente al día día. Y estas calles son también la conquista de todos los que apostaron por Madrid para mejorar sus vidas, de todos aquellos que la ciudad ha convertido en fantoches, cada cual con el disfraz que la vida les ha ido confeccionando desde el nacimiento. Todos acuden con gusto a estas calles porque son la vía de escape de las promesas rotas, presentes cada mañana, al despertar.

No es de extrañar que los fantoches acudan a estas calles, porque fueron creados para interpretar en el escenario, en este cuadro donde todos los colores tienen cabida, donde la imagen de cada disfraz tiene sentido.

A penas se han dado cuenta de que los coches desaparecen, de que se puede andar por a calzada tranquilamente, y a penas se han visto a sí mismos, formando parte ya de la misma calle. Esto ocurre a mismo tiempo que cada vida deja de tener tanta importancia, porque en este decorado se mezclan miles de historias distintas que contadas unas tras otras de nuevo parecen iguales.

Verdaderos sufridores, caras de colores cuya procedencia es difícil de adivinar en un escenario donde nada pilla por sorpresa. Nórdicos de sonrisas poco practicadas buscando calidez que tal vez vuelvan a sus orígenes o tal vez encuentren su sitio en el lugar menos pensado.  Estudiantes, hijos de hombres con trajes grises que cansados de guardar las formas también son atraídos por el cuadro y se visten de lo que no son para no sentirse excluídos, otros en cambio aparentan la reveldía de manera sutil, dejando presente que sus padres llevan traje gris. Estudiantes, hijos de hombres con las manos agrietadas para sacarlos de algún pequeño pueblo y evitarles el  mismo destino; ellos también disfrazados con mezclas extrañas de lo que son y de lo que copian de los estudiantes, hijos del hombre del traje gris. Y muchos otros cuyas vidas están a la deriva, con disfraces más complicados, con estudios o no, cuyos mayores temores son los últimos días del mes.

Madrid siempre fue una ciudad de gatos callejeros.

Y cada cual acaba adentrándose en el lugar que más les llama: son los bares, las discotecas o los pisos del Madrid bohemio donde viven los fantoches más auténticos.

En el mejor de los casos las calles les conducen hasta brumas de alcohol y resacas con el sabor de unos labios borrosos, desconocidos… Y en otros no tan buenos les llevan a un mundo de fantasías transitorias, a parques de atracciones caros, a viajes donde las drogas o los clubs de carretera finalmente les devuelven fuera del escenario violentamente y sin avisar.

La luz del día les recoge en el regazo de pisos minúsculos, compartidos, de muebles baratos, de olores que no son suyos, de ventanas a patios que la brisa esquiva.

Y allí duremen, mientras la lluvia arrastra los colores de un cuadro que volverá a pintarse de la misma manera cualquier otro día.